Ciudad de México, 1972. Estudión en la Nacional de Música, de la UNAM. En 1999 gana el primer lugar del Primer Concurso de Narrativa Obrera, convocado por la Universidad Obrera de México. En los años 2001 y 2007 toma talleres de cuento, creación y apreciación poética con el poeta Oscar Wong y en el año de 2004 se integra al Club de la Pluma del Ganso. En el año 2008 se integra al taller de poesía del poeta uruguayo Saúl Ibargoyen. Poemas suyos han aparecido en las revistas literarias Cuiria, Alterarte, Pluma del Ganso, Verso Destierro y Tinta Seca. Ha sido publicada en los diarios La Prensa y El Financiero.Ha sido incluida en las antologías de poesía Más vale sollozar afilando la navaja, de ediciones Cuiria-Fridaura, en Musa demusas. Poesìa de mujeres desde la Ciudad de México, de ediciones Literal,Los mejores poemas mexicanos 2006, de editorial Joaquín Mortiz, con selección y prólogo de Elsa Cross y Mario Bojórquez, y 40 Barcos de Guerra, Antología de Poesía y sus editoriales, edición independiente.Ha participado en diversos encuentros de poesía, tales como el 2do. Encuentro de Poetas y Narradores en Iztacalco, organizado por el Gobierno del Distrito Federal en el 2007,el encuentro Nacional de Poesía Independiente en el Faro de Oriente, en 2008, y el XIII Encuentro Internacional de Poetas organizado en Zamora, Michoacán en junio de 2009.
Es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Algunos de sus textos han aparecido en revistas literarias como Cuiria y Deriva, Periódico de Poesía, entre otros, así como en la antología de poesía Hasta agotar existencia II. Obtuvo en 2008 la beca Artes por Todas Partes. Ha participado en recitales de poesía en la Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México, en sus ediciones 2004 y 2005, y en los Miércoles Itinerantes de Poesía. Su primer libro es Pequeña sonámbula. Actualmente se encuentra preparando su segundo libro de poesía, y el primero de cuentos y relatos infantiles.
POEMA
La rosa sabe que la rosa ha muerto.
Amparo Dávila
Abrirá la boca para cantar mi sangre, El verbo. La amantísima muerte le cortará la cabeza. Y ahí en ese rió de pétalos desesperados, Su memoria, El miedo, Su rostro de niña asustada, El espejo púrpura le mentira de nuevo. No es que estés muriendo, No es que la oscuridad intente seducirte, Es dios que siembra flores en el jardín secreto de las venas, Escúchalo, Dale tu corazón para que lo llene de alfileres.
Se han llevado a la rosa, La llevan a un manicomio, La vestirán de azucena, Le darán de comer crisantemos;
*
De madrugada se escapará vestida de novia Y así andará en jardines. No olvidará mi nombre, Tampoco olvidará la escarcha Que una noche mi sombra dejó en su espina.
Enrique González Rojo Arthur (Ciudad de México, 1928)
Filósofo y poeta, nace en 1928, en la ciudad de México, parte de una de las dinastías líricas más importantes de nuestra historia literaria, ha recibido el Premio Xavier Villaurrutia, en 1976, por el libro El quíntuple balar de mis sentidos y el Premio Nacional de Poesía "Benemérito de América" en 2002, en Oaxaca, por el poemario Viejos, entre otros. Integrante del movimiento Poeticista en los años 50, junto con Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca y Arturo González Cosío. Ha publicado inmerables libros, entre ellos, Para deletrear el infinito, extenso poema compuesto de múltiples libros; El Junco, Reflexiones sobre la poesía y Poeta en la Ventana (Versodestierro, 2008) . En filosofía: Para leer a Althusser (1974), Teoría científica de la historia (1977), La Revolución proletario-intelectual (1981) y Epistemología y socialismo (1985), y recientemente En marcha hacia la concreción. Es una de las plumas más profundas e incisivas de las letras mexicanas.
DEMIURGO DEL CAOS
Casi recién nacido –cuando paladeé, en pequeños sorbos de aire– el sabor a vida del oxígeno-, me di a destruir con toda mi alma y a tarascadas de corazón cuanto se hallaba al alcance de mis manos. Casi recién nacido. Mi delirio era romper –“hacer trizas”, dicen con tono de confesión, mis bajos instintos– todo lo susceptible de ser desgarrado, disminuido, convertido en reguero de minucias, lo mismo los osos falsarios con pestañas de tinta y corazón de peluche, que los trástulos para los dioses niños, juguetes que jugaban, a ser indestructibles. Mi delirio era romper, encarrilar las cosas a la nada, todo lo susceptible de ser desgarrado, disminuido. Desde niño, deleite mayúsculo de mis dedos era romper el rifle de cada uno de mis soldados de plomo (los intuía copia en miniatura de los guardias del orden, y enemigos de toda libertad que, en eterna clautrofobia, no desea más cárcel que la cárcel azul de la intemperie); machacar con un mazo los relojes (en vecindad ruinosa con el pulso) para que el tiempo –el hoy en que vivimos– saliera de la máquina destruida junto con los resortes, ruedecillas y tornillos; dar navajazos al trompo y a los círculos concéntricos que se le enredan en el cuerpo como invisible traje de bailarina; destrozar, en fin, cualquier objeto orgullosamente ensimismado en su unidad hasta volverlo rompecabezas de añicos, galerías de polvo. Lo que más me repugnaba de las cosas plenas, repletas de sí, que hacen votos de identidad, es la sensiblera actitud del todo de cuidar a sus partes, como la gallina cuida a sus polluelos. Lo que más me repugnaba de las cosas. Y cuando, como si no hubiera accidentes en el mundo, algo paseaba frente a mí desfachatadamente, con cara de orden natural e ínfulas de cosa indestructible, improvisaba un puntapié, transformaba a cualquier piedra del camino en paloma mensajera de mi furia o le daba rienda suelta a mis dos puños para otorgarle al caos (mi deidad) otro ínfimo suburbio en el espacio. Mi placer mayor era romperlo todo, casi todo, y que mis manos, después de cada una de sus proezas, quedaran ensangrentadas, con mechones de tormenta entre los dedos, pescando al vuelo la postrera maldición del enemigo. Soñaba con tener un odio de alta tensión contra todo coloso, enfermo del tamaño, con el tumor cerebral de un delirio de grandezas, o contra toda patógena minucia que sólo puede conjugar el verbo ser ante el micrófono. Le daba rienda suelta a mis dos puños para brindarle a mi deidad otra ínfima barriada en el espacio. Mi ilusión era encontrar, al final de mi proceso destructivo, la primera piedra de mi fantasía o los umbrales de la nada. Romperlo todo. Todo, todo. No dejar títere con cabeza ni con titiritero. Mi sueño dorado: dinamitar las entrañas del sentido común, dar escopetazos a la razón apoltronada en el trono del príncipe, destruir a pisotones las brújulas embusteras que transforman en promiscuos los puntos cardinales, decapitar los ideales modosos, circunspectos, nacidos de una triste ambición acomplejada por su propia estatura, preparar ratoneras para lugares comunes y arrojarlos al primer precipicio que nos salga al paso, tener las casas, los monumentos, las iglesias –donde el incienso pastorea sus nubes para meter al cielo en su recinto–, como materia prima para erguir la belleza indescriptible de las ruinas. Yo querría, posteridad, que me recordaras como alguien que, rompiéndose la cabeza imaginando cómo producir las más refinadas destrucciones, era especialista en catástrofes al menudeo, epicentro de temblores de tierra que, en agrietando el muro de las supersticiones, generara en él la náusea en que se forma la bendita catarsis del derrumbe, o que me vieras, por lo menos, como hacedor de algún crimen perfecto, sin fe de erratas, hermano del milagro, surgido de las manos iracundas de un soñador guerrero. MI especialidad: hacer añicos aquellas esperanzas que, midiendo lo que mide lo posible, construyera su guarida en lo más desteñido de lo verde. ¡Ay las patéticas mejoras que ocultan con brochazos de pintura la putrefacción de un cáncer en crescendo! ¿Ay las seguridades que se mueven en la tierra movediza de sus pies de barro! Digo una cifra: arrojé a un tonel sin fondo –que tenía por base el infinito– el 80% de mis más impotentes alaridos, le corté la lengua a mis vocablos y, desde la trinchera de una fe de de erratas, me desdije de todo lo que no es la bendita presencia de la pedacería. ¿Cómo serían mis memorias si estuviera dispuesto a pergeñarlas, a cercenar partes y más partes de mi cuerpo o a excavar en mi carne las más oscuras confidencias? ¿Serían la biografía de un hacedor de entuertos, un programador de delicadas destrucciones, la crónica puntual de un chivo en cristalería, los recuerdos (adelgazados hasta andar por ahí siendo suspiros) de un huracán encerrado a piedra y lodo entre cuatro paredes? A pesar de mi pasión, las virtudes destructivas de mis ansias están a una efímera flor de marchitarse, a un manotazo de la nada de morder el polvo; se están secando lentamente, como la llave que, tartamudeando, mezcla sílabas de agua con bocanadas de silencio. Pero aún conservo algo de león envejecido (que rúbrica su cólera con algún atrevido zarpazo de peluche), algo de ángel rebelde (apoltronado en su fatiga), algo de coloso (con amnesia de sus pies de barro), algo de escritor furibundo (presto a abrirse las venas con la esperanza de producir una descomunal hemorragia de tinta). Mi puño en alto empieza, desvergonzadamente, a desmayarse. Los impulsos se pudren sin decoro en la más mullida parte del desgano, y el corazón se niega, en medio de la carne silenciosa, a tomar la palabra. Algo conservo, sí, de león envejecido. Mas no dejo de observar con furor y miradas de verdugo la entereza, lo compacto de las cosas que corren a mezclarse con las ansias de eternidad que carga en sus entrañas el granito, los prejuicios que quieren ser estatua en musculoso embate contra el viento, la lentitud leprosa de los calendarios, la infamante parálisis del mármol. Y sueño con dar escopetazos a todo delirio de perpetuidad que brota del averiado cuerpo del reloj enloquecido. Oh demiurgo del caos, ya no sabes arañar las paredes, amenazar la insoportable petulancia de lo sólido, agrietar convicciones, echarle leña al fuego de lo efímero. Ya no sabes. Oh juventud perdida en el suburbio de un minuto cualquiera, no tengo ya más forma de destruir trozos de mundo, distorsionar su imagen, subvertirla, que la de, sin pudor, romper en llanto. ¿Mentir? ¿Y para qué? Soy un guerrero que, al chocar de los ímpetus, se sabe desarmado en medio de la guerra, más mudo que el silencio, con pólvora feroz que husmea cataclismos, pero que se halla humedecida por la incertidumbre, la apatía, o por el lagrimear clandestino de su propia impotencia. Mi pasión no claudica. Atrás de mis palabras oculto todavía un arsenal de imprevisibles armas. Mi cuerpo, transformado en torbellino de órganos internos, no da el brazo, ni el sueño, ni el ideal a torcer. Mi corazón convoca, voz en sangre, a aquellos de mis músculos más aguerridos a continuar la lucha, teniendo como líder a mi puño. En éste, mi final, llego con paso firme y el furor destructivo de siempre, estando, como nunca, en pie de guerra contra todos los monstruos o vestiglos que, devorando mis alrededores, poco a poco se acercan a mi cuerpo; mas no quiero tener con la mentira ninguna complacencia: no puedo deshacerme del temor de que a mis espaldas mi sangre y mis neuronas busquen firmar un armisticio sospechoso entre mi corazón y mi cerebro. MI sangre, mis neuronas. Pero sé que esa conjura, si se trama, jamás prosperará, porque mi corazón continúa siendo el soldado en llamas que desde joven recibió instrucción militar de sus ideales. Sabedlo, pues: cuando llegue el reloj (con puntualidad de destino) a robarme la vida a mano armada, me encontrará atareado, haciendo una trinchera de mi lecho, buscando tenazmente en mis pupilas una mirada fija en que instalar mi ausencia, y con la mano alzada –desfalleciente sí, mas indomable– para empuñar el final grito de guerra de mi último suspiro.
Tomado de "Trincheras del espíritu", www.enriquegonzalezrojo.com
Hortensia Carrasco Santos (Acatlán de Osorio, Puebla, 1971)
Estudió periodismo en la UNAM, carrera que ha ejercido en periódicos como El universal gráfico y el unomásuno, entre otros; así como en las revistas México Desconocido y Desarrollo Económico. Actualmente se dedica a la promoción de la lectura en voz alta en escuelas primarias del Distrito Federal. junto con el colectivo cultural Trajín, participa en eventos que tratan de impulsar el gusto por la poesía en Xochimilco. Ha publicado los libros "Jaulas ocultas" con el que obtuvo el Premio Interamericano de Poesía Navachiste 1999 y "Ciudad como seca hierba". ha sido incluida en antologías como "La mujer rota" de editorial literalia y "Musa de musas" de literal; así como "Pájaro de agua" de editorial Praxis. Es primer lugar del Torneo de Poesía 2010, Adversario en el cuadriláterO, organizado por Verso Destierro.
De Poemas del encierro
Salgo de una casa intoxicada
lo que hay en ella son agrias sustancias.
Quien mire por las ventanas
conocerá lasparedes llenas de ámpulas.
Salgo de la casa.
Imagino asnos que ríen
cuando dejo caer mi ropa
¿qué tiene mi ropa si es sólo
un conjunto de telas ajadas y simples?
Pero los asnos pasan y ríen
elevan las orejas como si quisieran escuchar
el crujir de mis entrañas o mi ropa.
No lo sé.
Ahora no puedo abandonarla casa.
Mi cuerpo se amotina cerca de la puerta
Ya no quiero repartir mis ojos
porque entonces tendré que aprender
a descuartizar los saludos de las tejas
a afilar mis uñas con los rostros quebradizos
/del concreto
a contener el canto de un gallo que desquicia
/los relojes.
Vuelvo a la casa.
La desolación se amontona en este baldío
quisiera gritar a las horas que detengan el galope